miércoles, 31 de marzo de 2010

Zona "Relatos de terror"

EL PASEO DE LOS CAÍDOS


"El peor defecto de muchos ajedrecistas es lamentarse ,durante el juego , de haber omitido posibilidades anteriores. Esta inútil meditación sobre las variantes que hubiesen podido realizarse, no hace más que distraer la atención,disminuir la capacidad competitiva y absorber un tiempo valioso"
Panov.

La lluvia cae estrepitosa en el lugar. Un coche estaciona delante de la mansión sin hacer ruido, y de él, dos personas salen pesadamente sacando a la vez un paraguas negro. Las dos personas también visten de negro, al completo, de traje sofisticado y casi sin adornos. Uno es un chico joven, no mas de dieciocho años, y el otro un adulto, sujeta el paraguas con fuerza, resguardando a él y a su acompañante.
-No quiero estar aquí-espeta el chico de forma huraña, odia esa casa y a los que viven en ella con todas sus fuerzas.
-Hijo... El abuelo Jebediah te apreciaba mucho-le dice su padre con pena.
-Si tu lo dices... Nunca mostró algún sentimiento por alguien que yo sepa-le responde con una mueca simulando una sonrisa.
-Ten algo de respeto Oz, por lo menos hoy. Démosle una buena despedida.
-Jumm... Lo intentaré.

Emprenden su marca pausada hasta la mansión y llaman a la vieja puerta de madera, que con el sonido que produce muestra lo ruda y fuerte que se ha mantenido.
-Ohh Cesar, por fin llegas. Y Oz...Hola-una señora mayor les abre, va completamente de negro al igual que las demás personas presentes en la casa.
-Hola abuela-dice Oz sarcástico, desea que termine el día del entierro cuanto antes.

Las horas pasan lentas en la casa, con un silencio recio adueñándose del lugar.
Todo el mundo le ha dado ya el pésame al anciano que se encuentra en la sala principal, perfectamente vestido y con su expresión huraña de siempre. Sus manos se encuentran entrelazadas y en ellas dos piezas de ajedrez, la blanca reina y el negro rey.
-Padre, ¿Por qué esas piezas exactamente?-le pregunta Oz su padre, mirando al anciano sin expresión.
-Como todos sabemos, tu abuelo es y era un experto en el ajedrez, ganó múltiples competiciones, solo vivía por el ajedrez, en mis memorias me es imposible verle sin que esté en frente de un tablero pensado alguna de sus extrañas jugadas. No había quién le ganara... Bueno... Excepto tú. Casi le da un ataque cuando le diste jaque mate-añadió con una mueca en el rostro.
-Se lo merecía, no dejaba de burlarse de mí por mis jugadas, de mí y de todo aquel con el que se enfrentaba.
-As heredado su don-murmura para para sí el padre y continua explicando.
-Él siempre tenía ideas descabelladas, y se le metió en la cabeza de que la razón por la que los bandos negro y blanco luchaban era por que la reina y el rey contrarios se habían enamorado y sus respectivas parejas se declararon la guerra y cada una obligó a su traicionera pareja a enfrentarse a su amor. Él adoraba esa suposición, siempre la estaba contando, una y otra vez, le daba verdadera pena la pareja desdichada. En honor a aquello le pusimos esas piezas junto al él, seguro que lo querría así, le era imposible separarse de su amado juego.
Pone su mano en el hombro de Oz, a la vez que le hacia una seña para retirarse lejos del altar. Él asiente.
-Ven quiero enseñarte algo.

Oz en cuanto ve el lugar al que le lleva su padre se para en seco. Observa la habitación que se encuentra al final del pasillo.
-Es su despacho, él prohibió a todo el mundo entrar-murmura con un miedo inconsciente.
-Él ya no está aquí para reprochar o castigar-le dice su padre, arrastrándolo y abriendo la puerta del despacho.

Todo está en silencio, la habitación se encuentra completamente ordenada, sin una mota de polvo que mancille los objetos. Los huéspedes notan una gran presión en sus cuerpos al entrar. Una advertencia, un enfado, la habitación no los quiere allí.

El padre se dirige al escritorio. Un tablero se alza en él con esplendor. De marfil, blanco y negro, simbolizando una batalla a punto de comenzar.
-Es el tablero de la familia-dice Oz mirando a todos lados.
-Así es, ha pasado de generación en generación, siempre hemos sido unos ganadores en esto. Sólo falta la pareja enamorada. Jeje, parece que al fín podrán estar juntos como quería el abuelo...
-Parece que si...¿Por qué me has traído aquí?
-Ahora este tablero es tuyo,es hora de que pase a la siguiente generación, la mia ya pasó, ahora te toca a tí- mete su mano en su bolsillo, sacando las piezas faltantes.
-Nunca lo utilizaré-espeta Oz.

….........


Oz corre sin descanso por el enorme parque. Todo está empapado por las lluvias caías recientemente, el suelo de piedra ahora tiene un tenue brillo y los arboles no dejan otra visión, parecen agradecidos.
Oz agarra con más fuerza el maletín entre sus manos, las tiene heladas.

Disminuye la velocidad al ver la imagen que se alza sobre él.
Varias estatuas rodean el camino.
-Otra más-dice sin darse cuenta.
Todas parecen iguales y a la vez no lo son. Son personas sentadas en una pequeña mesa, con un tablero delante de ellas. Es lo único en lo que se parecen, cada una es única, cada persona diferente. Distinta ropa, distinta edad... Y sobre todo distintas expresiones, pero en ninguna se encuentra una muestra de alegría.
Algunas tienen las manos a la cara simulando un llanto que no cesa, en otras rabia que explota sin control, miedo a lo que puede pasar,desprecio, incredulidad, agonía, dolor, horror... La lista es interminable. Y la razón parece encontrarse en sus respectivos tableros, en todos ellos se forma el jaque mate por un contricante desconocido.


Nadie sabe quien pone esas estatuas allí, ni de dónde proceden, pero gracias a él aquel lugar se ha ganado el nombre de “el paseo de los caídos”.

Oz se acerca a la nueva escultura, es una mujer, oculta su rostro con los brazos apoyándose en la mesa junto a su jaque mate.
Mira a la derecha de la estatua, donde se alzan varias mesas de piedra, pero sin jugadores petrificados. Varias personas meditan o observan sus tableros, cada una con un compañero con el que jugar y ninguna de piedra.
-¿Quién te ganó?-pregunta Oz a la mujer, sabiendo perfectamente que no encontrará respuesta alguna.
Entonces, empieza a llover de repente y todo el mundo huye de la lluvia con si fuera ácido.
Oz no tiene mas remedio que irse y emprender su camino, pero sin quitarse a la mujer de rostro oculto de su mente.

Cae la noche y el joven recorre el mismo camino para su vuelta a casa.
El parque está completamente desierto, menos en “el paseo de los caídos”, donde las estatuas acompañan al chico en su vuelta a casa como todos los días.
Para a descansar, aún le queda una larga caminata. Se sienta en la dura silla de piedra y posa su maletín en la mesa. Lo abre y saca el objeto que se oculta en su interior. El tablero familiar.
-Tengo que admitirlo, eres fascinante-le dice al tablero con brillo en los ojos.
Coloca cada pieza en su lugar simplemente para observar.

Un viento sin dueño azota el tablero haciéndolo temblar. Las hojas muertas se arremolinan a su alrededor abrazándolo. La temperatura baja sin previo aviso haciendo que Oz se estremezca.
-Va siendo hora que me valla...
Pero no puede levantarse, sus piernas tiemblan en el intento pero no lo consigue. No es capaz de levantarse de la silla de piedra. Unos llantos sin nombre rompen el silencio.

-Un nuevo jugador....-susurra una voz en su oído, quiere gritar pero su voz es robada por el viento.
Una sombra aparece en frente de él, con forma humana, que le sonríe de forma socarrona.
-Es hora de volver a jugar...-dice al mismo tiempo que mueve una de las piezas blancas del tablero, el peón.
-Blancas mueven primero...-consigue susurrar Oz.
-Y después sigue el juego, donde tu vida queda adueñada por el tablero, pierde y abras perdido para el resto tus días en esta mesa, lamentándote por tu jugada.-le responde la sombra sonriendo e incitándole a continuar con la partida.

Oz nota algo extraño. Sus pies están completamente helados. Los mira de reojo sin perder de vista al ser, y lo que ve le hace mostrar una expresión de horror. Sus pies están completamente petrificados en piedra. Igual que la de sus lamentosos acompañantes. Tiene que darse prisa, si no gana la partida a tiempo, acabará arrepentido para siempre de su caía.

El peón avanza con cautela. El alfil corre sin espera. La torre recta por su fortaleza. El caballo esquiva con sus esbeltos saltos. La reina baila con soltura. El rey firme a la espera de la muerte.

Y así todo continúa. Cada soldado caído es llevado a la caja, los supervivientes vendan sus heridas sin rendirse.

-Eres bueno...Muy bueno. Tanto como él-murmura la sombra mientra muestra su jugada.
-¿Tanto como quién?-pregunta Oz mientras medita a la vez que descansa, le queda poco tiempo, medio cuerpo ya está petrificado.
-Como el único hombre que me ha ganado. Cuando yo aún era capaz de pensar en otras cosas en vez de el tablero. Fue el único hombre que me hizo perder, me convirtió en un perdedor. No lo soporté y me juré a mi mismo que no volvería a perder una partida y que sería lo único que haría hasta el fin de los días.
-¿Cómo se llamaba?-consigue decir Oz, puede sentir el odio de aquel ser, que una vez fue humano.
-Jebediah...
La sangre de Oz se queda helada por el nombramiento de ese nombre. El nombre de su abuelo. No dice nada más, simplemente mueve su pieza con el miedo calándole sus huesos inmóviles.

Ha llegado la hora de la verdad. Pocos supervivientes quedan ya de pie.

Oz está exhausto, la batalla ha durado demasiando tiempo, gran parte de su pecho ya no se mueve y el aire ya casi no entra en sus pulmones. Solo tiene una escapatoria, y es muy arriesgada, si algo a demostrado aquel ser, es saber las reglas del juego a la perfección.

Mueve su rey negro que se encuentra en frente de su amada reina blanca. De un solo golpe la deja tirada en el soporte de marfil. Tal y como están destinados, uno se enfrenta al otro para matar.
Ese movimiento deja paso a los seguidores del rey que masacran al monarca blanco con furia.

-¡NOOOOOOOOOO! ¡NO ES POSIBLE!

Todo empieza a temblar como un terremoto imparable.
Oz con todas sus fuerzas rompe su prisión de piedra y huye, tapándose los oídos para dejar de escuchar los chirriantes los llantos de los caídos. Aquellos que siempre se mantenían en silencio y pétreos. Puede ver sus lágrimas caer, sus manos cerrados en fuertes puños, escucha sus gritos de agonía y horror pidiéndole ayuda, una ayuda que no les puede dar. Han perdido y tienen que cargar con ello.

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